miércoles, 16 de noviembre de 2011

Parábola del Árbol frondoso

Lee con atención la siguiente parábola y responde a las preguntas del folleto N° 2. Elabora un comentario y escríbelo en tu cuaderno.

Existe un pequeño rincón donde sus habitantes viven en armonía con la naturaleza y se relacionan amigablemente. Un día llegó un peregrino; se paseó por las calles, observó a las personas, vio jugar a los niños, escuchó cantar a los jóvenes, a los adultos los sintió serenos mientras tomaban un café y a los ancianos los descubrió contando cuentos a los niños. Era un pueblo distinto... y, el peregrino quiso saber por qué. Se acercó a un anciano de largas barbas y ropa limpia y le preguntó: "¿cuál es el misterio que los mantiene unidos y alegres?"

El anciano, dando un giro hacia el centro de la plaza y con un fuerte suspiro, exclamó: ¡Es gracias a ese árbol frondoso que está en el centro de la plaza! Sabe, este árbol lo sembraron nuestros abuelos hace muchos años, en esta tierra negra, suave y fértil. Tardaron mucho tiempo en salir los primeros brotes, porque  extendió sus raíces. Luego, gracias a la lluvia que cae del cielo y que mantiene siempre la humedad del suelo; gracias al sol que con su luz mantiene vivo el color de las plantas, y gracias al viento que siempre nos trae su frescura, el árbol fue creciendo y creciendo... Un frágil tronco; unas cuantas ramas, y centenares de hojas nos indicaba que la siembra de los abuelos había sido buena. 

Delante de los ojos de nuestros padres, el árbol iba tomando cuerpo. Aparecieron muchas ramas: diez, veinte, treinta y hasta más de cuarenta; unas fuertes y otras débiles, pero todas llenas de hojas, con un brillo y encanto particular. Y se hizo grande.

Como puede oler, amigo viajero, el árbol emana perfume que atrae a los gorriones, a los colibríes, a las abejas y mil pequeños insectos que hicieron de este árbol, no su casa, sino el lugar donde venían a encontrarse y a jugar.

Mucha gente en los días de calor se cobijaba con su sombra, y en los días de frío o de lluvia se cubría con sus ramas. Pero un tiempo la lluvia cesó y la humedad y frescura de la tierra se transformó en una dura capa casi erosionada. El árbol poco a poco perdía vida, color, aroma y hasta los pajaritos que lo visitaban con frecuencia se alejaron.

Cuando el pueblo estaba ya dispuesto a migrar y olvidarse del árbol que plantaron los abuelos, vino una lluvia suave y permanente y el árbol y todos los campos del pueblo recobraron el verdor y nuevamente el árbol empezó a ser visitado por sus antiguos compañeros. Pero aún no le he contado el secreto mayor del árbol. Sabe, cuando una o más personas se acercan y le abrazan, el gran árbol nos habla con sabiduría. Por eso, cada uno de los habitantes de este pueblo, grandes y pequeños, varones y mujeres, jóvenes y ancianos vienen bajo su sombra. El árbol tiene mucha vida acumulada y generosamente nos comparte.

El viajero, al escuchar sobre la bondad del árbol, agradeció al anciano, luego, se acercó respetuosamente a una de sus ramas; tomó un pequeño retoño y dijo, yo también voy a sembrar ese árbol en mi pueblo.

Autor: Boris Tobar Solano.